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jueves, 7 de enero de 2010

Regreso a clases



Hablaré del regreso de las vacaciones escolares.
De cómo las vivía yo.
Maestros, alumnos, se iban a sus casas.
Los maestros que vivían en el anexo, también.
Para esto, el primer dia laboral cuando regresaban de vacaciones, de julio y agosto a la escuela, se cortaban todos los aguacates del solar de la escuela.
Se llenaban varios baños de diferentes tipos de aguacate, del oloroso, redondo y grande, que por cierto, siempre le salían manchas negras, como lunares.
Era su piel muy delgadita, y el director de la escuela, profesor Jesús Briones Vázquez (q.e.p.d.)(ver foto ), no lo mandaba cortar, por el poder curativo de sus hojas.
El siempre pedía un te de ese aguacate oloroso, y mi abuelita, se lo llevaba diario, a la dirección, sobre todo en tiempo de frío.
Que es bueno, para taquicardias, anemias, algo tendrá, que el profesor siempre lo pedía.
El maestro, cuidaba mucho de su salud, cero refrescos, cero grasas.
Tomaba de un chocolate vitaminado, que tenía un señor, como atlas, al frente.
Y le daba a mi abuelita, frascos de esos para mí.
Muy rico y nutritivo.
Seguido traía pasteles, como los actuales naturistas, y bisquetes.
Y nos daba a mi abuelita y a mí.

Yo lo veía, subir las escaleras, del frente de la primaria “Expropiación Petrolera” imponente su estatura, muy derecho, con su sombrero gris de fieltro, ladeado ligeramente.
Sus ojos, con sus anteojos, de cristal claro, con arillo dorado. Sus zapatos, bien boleados, negros invariablemente.
Su ropa, de corte impecable.
Siempre de manga larga.
Y en tiempo de frío, con saco, ya sea de vestir, o de pana. Y su bufanda ancha que lo protegía en cuello y pecho.
Y en sus manos grandes, en ocasiones traía una bolsita de estraza, con quien sabe que golosinas, que al final de su jornada de trabajo, sobre su escritorio de lamina ponía y le decía a mi abuelita, y señalándome con la mirada, le decía, ahí les dejo eso.
Mi abuelita, le expresaba, muchas gracias, señor director.
Se ponía su sombrero, con una ligera inclinación de cabeza, y se iba, bajaba la escalera, tal como la subía, con prestancia.
Y yo, abuelita, ¡déjame ver! ¿Qué es eso?
¡Deja!
Que el director se suba al carro de sitio.
Hasta que atravesara toda la plaza, y hasta que lo viéramos subir al carro.
¡Eternidades!
¡Deja ver!
¡No! Aprende a tener paciencia, a no ser tan curiosa, y en eso, no faltaba quien le hablara al maestro en la plaza, se detuviera por breves momentos, eternos para mí.