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miércoles, 22 de julio de 2009

DOÑA LALA ( a )

DOñA LALA

Yo sé de primera mano, de esa vida, cuando por azares del destino, viví en casa de una familia de pescadores de Pueblo Viejo.
Vivian al lado de un salón de eventos, donde se festejaban bodas, quince años, y demás festejos importantes.
Un solar grande, que no estaba pegado a la laguna.
Y tenia de largo lo suficiente, como para entrar por una calle, y salir hacia la otra.
Las paredes de aquella casa, eran de tablas, de un color y de otro
Que denotaban su diferente origen.
Su techo, de lámina de cartón enchapotado.
Piso de tierra, que su dueña, doña Lala mantenía siempre barrido, aplanadito, salpicándole unas gotas de agua.
Constaba de un cuarto amplio, que servia una parte para recibir visitas, otra para comer, y a un costado, unas camas.
Constaba de otros dos cuartos, mucho más pequeños, habilitados como recamaritas y la cocina.
La cocina, que siempre olía a marisco.
En ningún lado, he comido sopa tan rica de camarones, güatape o las migadas, que eran tan grandes, que solo un cuarto de ellas, me podía comer.

Doña Lala, era alta, muy morena, en sus venas corría sangre de mulata hermosa; me contó que su madre era de color oscuro.
Caderona, se sentaba como toda una matrona, en un viejo sillón, forrado de mimbre que tenia en el patio.
Al terminar de comer todos, veía mi plato, que invariablemente dejaba yo, más de lo que me comía.
Y haciendo un mohín simpático, me decía;
¿A poco la te lenaste?
Te vas a enfelmal, comes mul poquito.
Las palabras, las pronunciaba, de un modo, que me hacia recordar, el modo de hablar de un niño pequeño, de los que apenas empiezan a hablar.
Fue criada por su abuela, porque su madre se fué, y en poquísimas ocasiones, le venia a dar una vuelta.
Su abuelita, se llamaba doña Chuy, delgadita, y criaba cochinos, cochinotes, y un día, un marrano, al querer la abuela, brincarlo, porque se atravesó a la salida de su casa, se incorporo, y la tumbo.
No murió de eso, y una buena tranquiza, el cochino se llevo, por parte de la abuela de doña Lala.
Y doña Lala, tenía unos chamorros gruesos, uno de ellos, con una marca de una manta raya, que una vez, en la laguna, pesco, y como estaba viva, brincoteando en la panguita de doña Lala, con su cola, en forma de lanza con flecha en la punta, le atravesó su chamorro, y un trozo de su carne, le arrancó.
Y solito se curó ese chamorro, sin medicinas, con solo la ayuda de Dios.
A pesar de unos calenturones, que hasta deliraba doña Lala.
Y esos chamorros gruesos, los cruzaba, para, sentada, cómodamente, poder con mayor facilidad tejer las redes.